Por Jaume Sanpera
El 28 de abril, España sufrió uno de los cortes de electricidad más extensos que se recuerdan. Millones de ciudadanos y empresas quedaron repentinamente incomunicados, revelando lo poco preparados que están incluso los países desarrollados ante fallos generalizados de las infraestructuras. Aunque todavía se está investigando la causa del apagón, las consecuencias fueron inmediatas: los hospitales funcionaron con protocolos de emergencia, los sistemas de transporte se detuvieron y las telecomunicaciones se tambalearon. Este momento ha reavivado un debate urgente: no sobre la velocidad de nuestras redes, sino sobre su resistencia.
Las redes terrestres ya no son suficientes
Durante años, los expertos han advertido de la fragilidad de las comunicaciones terrestres. Las catástrofes naturales, los ciberataques o los fallos en cascada de la red pueden derribar torres de telefonía móvil, centros de datos y líneas de fibra en cuestión de minutos, incluso segundos, como en el caso español. Durante estos fallos, los servicios esenciales -desde la respuesta a emergencias hasta la logística industrial- corren el riesgo de paralizarse.
La tecnología de satélites ofrece un salvavidas, una salvaguarda desde el espacio. Su mayor fuerza reside en su independencia física de la infraestructura terrestre. Cuando las ciudades se quedan a oscuras, los satélites no se ven afectados, orbitando por encima del caos y listos para retransmitir datos.
Si España contara con un sistema de reserva vía satélite, se podría haber mantenido la continuidad durante el apagón de abril. No se trata de sustituir las redes terrestres, sino de complementarlas. El futuro es híbrido: sistemas resistentes que conmutan automáticamente entre la tierra y el espacio sin intervención humana.
Las constelaciones de satélites de órbita terrestre baja (LEO) pueden hacer posible este modelo híbrido. En Sateliot, hemos innovado con la interoperabilidad nativa, permitiendo que los dispositivos IoT estándar se conecten sin problemas a las redes 5G terrestres o a la cobertura por satélite, sin ningún cambio de hardware. Este enfoque es fundamental para nuestra misión de hacer posible una conectividad IoT masiva a escala mundial.
Pero no todas las constelaciones de satélites funcionan de la misma manera. Llevar la banda ancha a los terminales de los consumidores exige un tipo de arquitectura. Conectar miles de millones de dispositivos IoT de baja potencia requiere otro enfoque.
Muchos operadores de satélites dependen de pasarelas de un solo país, lo que crea vulnerabilidades si falla la infraestructura local. Una estrategia más resistente es una red terrestre distribuida geográficamente y servicios en la nube redundantes, que garanticen la cobertura mundial y eviten la dependencia de una sola jurisdicción.
Para ello, hemos desarrollado un nuevo enfoque llamado “almacenar y reenviar”: los satélites almacenan temporalmente los datos IoT y los bajan cuando están al alcance de una estación terrestre. Este método refuerza la redundancia de la red y garantiza la entrega de datos incluso sin contacto continuo con tierra.

Cuando falla la corriente, las pilas toman el relevo
Otra ventaja fundamental del IoT por satélite es la independencia energética. La mayoría de los dispositivos IoT funcionan con baterías, diseñadas para funcionar de forma autónoma durante años sin depender de la electricidad externa ni del mantenimiento manual. Hoy en día, estos dispositivos están integrados en prácticamente todos los aspectos de la vida moderna: gestionan el riego en granjas remotas, rastrean la carga a través de las cadenas de suministro globales, controlan la calidad del aire en las ciudades, controlan los semáforos y apoyan las redes de servicios públicos inteligentes. En caso de apagón, su capacidad para funcionar de forma independiente garantiza la continuidad de las operaciones, incluso cuando la infraestructura terrestre se desconecta.
Esta autonomía respaldada por baterías, combinada con la retroalimentación automática por satélite, crea una capa de comunicaciones que no sólo es redundante, sino autosuficiente, una característica crítica para cualquier estrategia moderna de preparación ante catástrofes.
Y sólo estamos al principio. Aunque han empezado a aparecer en el mercado teléfonos móviles compatibles con el protocolo NB-IoT NTN -definido por la versión 17 del 3GPP-, todavía no se han adoptado de forma generalizada. En un futuro próximo, estos dispositivos permitirán enviar mensajes de voz y texto vía satélite, permitiendo a los usuarios permanecer conectados incluso cuando las redes terrestres no estén disponibles. Este avance mejorará significativamente la seguridad pública al garantizar que las personas aisladas y los equipos de respuesta a emergencias puedan mantener la comunicación cuando más se necesite.
¿Qué falta?
A pesar de la preparación técnica, todavía no existe un marco claro para el retorno automático a la conectividad por satélite. Necesitamos políticas bien definidas que especifiquen cuándo y cómo deben activarse las redes de satélites durante las interrupciones, respaldadas por protocolos de activación que garanticen que los mecanismos de recuperación se activan sin problemas, sin intervención humana ni retrasos burocráticos.
Sin embargo, las políticas por sí solas no bastan. La verdadera resiliencia requiere una colaboración activa entre los sectores público y privado. Los gobiernos, los reguladores, los operadores de redes y los proveedores de satélites deben trabajar juntos para integrar estas soluciones en las estrategias nacionales de conectividad. Un paso clave en este proceso es el establecimiento de normas de interoperabilidad, que garanticen que las redes terrestres y por satélite funcionen como un sistema cohesionado y fiable en tiempos de crisis.
Lo que vivió España el 28 de abril fue una llamada de atención. No la desaprovechemos.